El día de año nuevo, cuando era un impúber, se producía un acon-

tecimiento que ya no se volvía a repetir hasta la misma fecha del

año siguiente. Retrasmitían por televisión los saltos de esquí desde

un país lejano. Yo veía a los saltadores cuesta abajo, volando, enfun-

dados en su traje, con un dorsal en el pecho y cayendo sobre sus dos

esquís. ¡Ah, qué imágenes!

 

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Un día frío salí de Oslo. Me fui a Bergen, una ciudad que se encuen-

tra en el oeste de Noruega. Cuando volví de la península de Bygdoy,

después de estar en el Fram, descubrí un pequeño jardín detrás de la

Christiania City Model, un pequeño jardín donde había un café y

unas velas en el suelo, encendidas, que marcaban un sendero. En aquel

café supe que la vida nos traiciona a menudo. Y que lo hace con ausen-

cias, con interrupciones, con pasos que asustan en la noche, con jue-

gos de cartas que uno desconoce.